domingo, 30 de agosto de 2015
LA UTOPIA DE UN GOBIERNO DIAFANO
La utopía de un
gobierno diáfano. La humanidad ha intentado evolucionar en la articulación de
sistemas de convivencia que fueran superadores, que permitieran dejar de lado
prácticas inapropiadas para reemplazarlas por otras mejores. El primer desafío
fue abandonar la vigencia de la eterna "ley del más fuerte" como
método único para resolver conflictos, y eso fue parcialmente logrado. Los
sistemas de gobierno han ido progresando en ciertos aspectos y deteriorándose,
sin disimulo, en muchos otros. El más escandaloso lo protagoniza la falta de
transparencia en el uso de los dineros públicos. Las decisiones de los
gobernantes, el modo en el que actúan a diario, forman parte de una gran
"caja negra". Solo se conoce el inicio y el final, pero nada se sabe
del proceso por el que se atraviesa para llegar hasta allí. Mecanismos como
esos fueron acumulándose inexorablemente en un contexto de crecimiento
exponencial del tamaño de los Estados, con más roles a su cargo y con una
desproporcionada magnitud del gasto. Esa compleja estructura sirvió de
justificación para ocultar la cantidad y calidad de ese gasto. Esos gobernantes
han utilizado, sin miramientos ni reparos, esta dinámica para perpetrar sus más
variados delitos. Instrumentaron intrincados procedimientos, intencionalmente
plagados de infinitos pasos burocráticos, tendientes a generar mayor confusión,
con la meta clara de disfrazar sus innumerables irregularidades. Que la
ciudadanía conozca en detalle, cómo, cuánto, dónde y cuándo gastan los
gobiernos es un derecho inalienable y no precisamente un favor, un gesto o una
concesión que deban hacer quienes administran el Estado. En tiempos de tanta
tecnología disponible, las excusas ya no sirven. Todo el gasto estatal puede
ser transparentado en la medida que exista suficiente voluntad política. Si aún
no se ha avanzado en esta dirección es solo porque los gobernantes han tomado
la explicita determinación de no hacerlo. Eso no es casualidad. Es la
consecuencia inevitable de una combinación casi letal. Por un lado la primacía
de políticos corruptos que utilizan esta oscura ventana para sus dislates, para
manejar todo con absoluta discrecionalidad, sin rendirle cuentas a nadie. Ellos
actúan como si se tratara de su dinero, olvidando que son recursos que han sido
previamente detraídos de los ciudadanos, vía impuestos, para supuestos loables
fines que luego no se concretan en lo más mínimo. Pero nada de esto se podría
llevar adelante si la sociedad no fuera la principal cómplice silenciosa de
estas aventuras demasiado habituales. La naturalización de ciertos rituales de
la política, como el ocultamiento premeditado de información vital, debería
preocupar, sin embargo forma parte de una rutina contemporánea que la gente
erróneamente aprueba. A no confundirse. Este no es un problema exclusivo de los
que gobiernan ahora. Los circunstanciales opositores hacen poco al respecto.
Denuncias aisladas, cuestionamientos puntuales, son utilizados como un ardid
político solo para sumar votos. Ellos, también pretenden ocupar los mismos
lugares de poder y, en esa instancia, utilizar esos fondos con idéntica
arbitrariedad. Si se comprende cabalmente que el problema de fondo radica en la
equivocada conducta de los políticos y de la sociedad, unos ejecutando y otros
soportando pasivamente, pues la solución está un poco más cerca. No se puede
esperar que la clase política elimine sus propios privilegios. Nunca destruirán
lo que han diseñado con esmero. La administración de la caja estatal es su
principal fuente de poder y no piensan ceder su control.Pedirles un acto de
renunciamiento sería desconocer su esencia y caer en un infantilismo demasiado
imprudente. Por lo tanto, el derrotero para desmontar esta atrocidad que crece
a diario, es que la sociedad tome una enérgica postura, diametralmente opuesta
a su indiferencia actual.Muchas organizaciones de la sociedad civil se dedican
a encomiables objetivos cívicos, desde la difusión de ideas, a la solidaridad,
pasando por la defensa de intereses sectoriales, la promoción de buenas
conductas y el combate contra diferentes males que aquejan a muchas personas. Eso
no está nada mal, pero queda claro también que ninguna ha hecho esfuerzos
suficientes para exigir transparencia. No sirve que la queja se haga de tanto
en tanto. Se precisa de una acción directa, permanente, perseverante, que se
constituya en un verdadero límite para que los inescrupulosos de siempre se
sientan suficientemente observados. Ellos no muestran demasiado pudor, pero es
probable que tengan algún temor a ser descubiertos. Saben que no gozan de
prestigio. Eso no los intimida. Su pánico reside en pagar costos políticos
elevados y que esas situaciones atenten contra la posibilidad de continuar con
sus fechorías. Existe una luz de esperanza para aquellos que creen que los
sueños pueden hacerse realidad. Claro que no es fácil ni simple. Nada ocurrirá
sin esfuerzo. Una eficaz organización de la sociedad y un tenaz accionar en el
sentido correcto puede poner ciertas cosas en orden, disuadir a muchos, y
después de incansables luchas, posiblemente, logre inclusive marginar a los
peores. No resulta necesario que toda la
sociedad tome ese camino. Un pequeño, pero decidido, grupo de entusiastas
ciudadanos podría asumir la responsabilidad de liderar ese proceso exponiendo
las felonías cotidianas de la casta política. La pretensión de contar con
funcionarios que administren la cosa pública con transparencia no es una
fantasía si se empieza a recorrer el sendero adecuado. Aunque parezca difícil,
bien vale la pena intentar esa batalla para lograr, algún día, la utopía de un
gobierno diáfano. Alberto Medina Méndez