martes, 17 de noviembre de 2015
UNA VIEJA DEUDA IDEOLÓGICA
UNA VIEJA DEUDA IDEOLÓGICA Por Maximiliano Gregorio-Cernadas
Parafraseando a Fromm, Alfonsín instaba: "No sigan a
personas, sino a ideas". No es necesario que los políticos sean filósofos,
bastaría con que los escucharan, como pedía Kant. Las ideas indefectiblemente animan
declaraciones y acciones, y producen efectos. Cuando algunos intelectuales
proponen votar a un candidato para que gobierne otro parecen creer que su
proyecto está por encima de la ley y de la ética. Cuando una intelectual
opositora argumentaba que como no había nada crucial en juego en la primera
vuelta podía votarse una alternativa sin chances, de algún modo estaba
indicando que la corrupción o los ataques a la ley, la Justicia y la libertad
no afectan valores prioritarios. Es necesario interpretar las consecuencias
concretas de las ideas implícitas en estos discursos.
Entre los años 20 y 30, grupos políticos en Italia y
Alemania comprobaron que la gente estaba dispuesta a renunciar a aspiraciones
republicanas, de libertad y moral, con tal de que le concediesen una mezcla de
reclamos tomados del pujante socialismo, junto con reivindicaciones
nacionalistas. De allí nacieron el fascismo y el nacional-socialismo. Gracias a
regímenes abiertos que les aseguraban las ventajas de una competencia libre y ética,
prosperaron Mussolini y Hitler, disimuladamente, hasta que lograron adueñarse
de todo el poder, prescindiendo de lo que venían aprovechando: la libertad, la
ética y la república.
Un político e intelectual italiano, Carlo Rosselli, denunció
este ardid, por lo que fue encarcelado en la isla de Lipari. Allí, a fines de
los años 20, ocultando sus apuntes en un viejo piano, terminó su obra cumbre:
Socialismo liberal. En ella efectuó una crítica severa al dogmatismo
determinista del socialismo marxista y propuso "un socialismo penetrado de
una exigencia más vasta de moral y de libertad". Una propuesta poderosa
para enfrentar los totalitarismos de derecha y de izquierda. Rosselli logró
huir a través del África y luchó en España contra el fascismo, hasta que en
1937 fue asesinado junto a su hermano, en el sur de Francia, por comandos
franceses enviados por Mussolini.
La Argentina vivió una evolución no idéntica, pero sí
comparable y sincrónica. Desde el golpe de 1930 en adelante, muchas banderas
del pujante socialismo democrático argentino fueron tomadas por líderes
militares y civiles simpatizantes del fascismo, combinadas con otras
nacionalistas, antirrepublicanas y reacias a la libertad y la ética.
Importantes sectores, desde los más humildes hasta los más encumbrados,
adscribieron a esa fórmula, con efectos tan vastos que aun hoy continuamos
debatiéndola. Grupos tanto de derecha como de izquierda persisten en
reivindicar la violencia de los años 70, paradójicamente, con el mismo
argumento de los golpes militares: no existe posibilidad de que el país se
realice socialmente sin avanzar algo sobre la república, la libertad y la
ética.
Pues bien, eso no es cierto. Hace ya muchos años, Rosselli
propuso una alternativa lúcida a este dilema. Incluso Alfonsín, admirador del
autor italiano, nutrió su prédica socialdemócrata con aquel "socialismo
liberal", un antecedente valioso para rescatar. El páramo de ideas
reinante y la búsqueda de sentido para alianzas electorales originales ofrecen
una oportunidad para saldar esta deuda ideológica crucial de la sociedad
argentina, sin cuya resolución continuará cargando el confuso lastre del
coqueteo "progresista" con el autoritarismo. Debe aprovecharse que la
coyuntura ha dejado abiertos auspiciosos canales entre dos construcciones
ideológicas diversas pero emparentadas: la socialdemocracia y el liberalismo.
La historia enseña que el negocio de los autoritarismos en
ciernes es siempre, precisamente, fingir que no hay nada de fondo en juego,
pues cuando eso quede claro, ya será demasiado tarde. Urge eludir la trampa de
que no puede haber desarrollo sin algún tipo de menoscabo de la república, la
libertad y la ética, y que quien se oponga a ella es un reaccionario. En rigor,
esta mentalidad está tan enraizada en nuestra sociedad que lo revolucionario es
cuestionarla: no se alcanzan fines justos sino por medios justos. Por eso, vale
la pena que intelectuales socialdemócratas y liberales exploren esos puentes
abiertos y ofrezcan ideas de fondo para el electorado y los políticos que
lideren una república más justa. Tomado de envio de escenarios alternativos